El Licenciado Agustín Kozak Grassini, docente de Economía Política de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNNE, se refirió a la «meta de estabilización» del actual Gobierno y opinó que, así como «no hay chances de desarrollo sin estabilidad, tampoco puede sostenerse la estabilidad sin desarrollo». Consideró que «para revertir la historia» es clave una diversificación exportadora que lleve a sectores no tradicionales a aportar divisas.
El docente de la UNNE compartió sus consideraciones respecto a las implicancias de “un programa económico muy enfocado en estabilizar y sin ninguna preocupación por el fortalecimiento del aparato productivo”. “La estabilización debe ser parte del plan, no el plan”, sostiene el licenciado Kozak Grassini en diálogo con UNNE Medios.
Plantea que “sin entrar en el debate de las probabilidades de éxito del actual programa, la apuesta oficial parece ser que la estabilidad de los mercados conducirá por sí solo a la panacea de Argentina potencia en 35 años».
La lógica del “estabilizar primero, desarrollar después”, como si fueran aspectos secuenciales del proceso económico, “está errada como la historia argentina de los 90s lo demuestra”.
«De hecho, la inestabilidad endémica de Argentina es la contracara de su fracaso para encontrar el camino al desarrollo. Estabilización y desarrollo deben plantearse como objetivos simultáneos en lugar de considerarse como etapas sucesivas» sostiene.
Condición no suficiente
Según el profesional consultado, hay consenso en torno a que la estabilidad macroeconómica contribuye al desarrollo a través de varios canales, pues favorece la inversión y por ende la acumulación de capital productivo, y también facilita la continuidad de procesos de aprendizaje y la formación de capital humano.
En respuesta a episodios de gran incertidumbre (propios de contextos de volatilidad) proliferan comportamientos defensivos subóptimos desde el punto de vista del crecimiento de largo plazo. Las decisiones microeconómicas se vuelven cortoplacistas y lo financiero se impone a lo productivo.
Sin embargo, el abordaje eficaz de una inflación crónica como la que Argentina padece requiere de remedios que ponen en tensión a la estabilidad con el desarrollo productivo.
Para sostener su idea, Kozak Grassini cita el trabajo de Rapetti, Palazzo & Waldman (2023), que releva 46 planes de estabilización implementados en América Latina desde los 70s, extrayendo interesantes lecciones.
«El mensaje principal es que el éxito perdurable de un programa desinflacionario depende de la capacidad de mantener el tipo de cambio nominal (TCN) bajo control, esto es, o fijo o sin saltos significativos», indica.
En esa línea, sostiene que la centralidad del TCN en economías como las latinoamericanas (pequeñas, abiertas y con memoria inflacionaria) deviene de su incidencia directa sobre los precios de los transables, como de su impacto indirecto, a través de las expectativas inflacionarias, en las negociaciones salariales.
Sin embargo, añade, el ancla cambiaria, trae aparejadas consecuencias indeseadas: el atraso del tipo de cambio real (TCR), necesario para preservar la competitividad de nuestra producción en los mercados internacionales. “Si el atraso deviene en déficits comerciales, sin financiamiento alguno, el programa estará jaqueado por el frente externo”.
«La estabilidad puede ser necesaria para el desarrollo, pero no es suficiente»
Acota que la estabilidad puede ser necesaria para el desarrollo, pero no es suficiente. Más aún, la estabilidad sin desarrollo, es incluso insuficiente para sostener la propia estabilidad.
Menciona que «El Tequila» en México (1995), la crisis del Real brasileño (1999) y la Convertibilidad argentina (2001), son algunos ejemplos de planes de estabilización que a pesar de lograr una desinflación perdurable que tuvieron abortarse por no ser sostenibles.
«Los planes de estabilización engendran el germen de su propio fracaso. La fijación del TCN que es clave para la desinflación deviene en atraso del TCR que empeora la competitividad comercial» indica.
En última instancia, concluye Kozak Grassini, “la sostenibilidad de los planes de estabilización está fundada en la capacidad del sistema productivo para conseguir divisas, es decir en su competitividad”.
El «plan» actual
Las actuales medidas parecen indicar que el gobierno está empeñado en conseguir «colchones» para aumentar su capacidad de control sobre el TCN, y de esta forma estar en mejor posición para la desaceleración inflacionaria.
“El salto devaluatorio que llevó el dólar a $800 y el crawling peg del 2% mensual, el apretón monetario y la reducción del déficit, apunta a recomponer reservas, secar la plaza de pesos y fijar un ancla cambiaria”, agrega. “¿Y la agenda de largo plazo?, porque incluso si se lograse dominar la inflación en el corto plazo, la sostenibilidad de largo está comprometida», cuestiona Kozak Grassini. La idea de estabilidad como precondición al desarrollo es comúnmente aceptada, aunque no por eso cierta.
El otro ancla del plan es la recesión, que permite ahorrar dólares. Pero si el plan llegara a contener la inflación, podría ser expansivo, es decir, demandante de importaciones. Esto puede financiarse de forma transitoria resignando reservas o con endeudamiento externo, pero si el deterioro externo es perceptible, aumentarán las expectativas devaluatorias, desatando tensiones cambiarias, corridas, devaluaciones, crisis; conduciendo finalmente al abandono del plan.
La lógica de “un paso a la vez” detrás de la idea de estabilidad como condición suficiente para el desarrollo, es peligrosa.
Desarrollo es diversificación productiva
El docente/investigador de la UNNE considera que «el desarrollo implica la diversificación y sofisticación de la estructura productiva».
Pero la incursión en actividades complejas está limitada por elevados costos y riesgos excesivos propios de economías subdesarrolladas.
Así, los precios de mercado conducen a niveles subóptimos de inversiones productivas, fundamentalmente en las actividades que pueden agregar más valor, lo que explica la persistencia de la pobreza y la imposibilidad de desarrollo de estas economías.
En esa línea, expresa que recientemente parte de la academia comienza a ver en la competitividad cambiaria como una eficaz política industrial, que, al ser una recompensa generalizada a la inversión en las actividades transables, permite corregir las “fallas de mercado” que tienden bloquear el desarrollo de muchas economías.
«Es evidente la tensión. La fijación cambiaria, buena para la estabilidad, genera atraso, que es perjudicial para el desarrollo».
Ante ello, la pregunta es “¿cómo conciliar la idea de un TCN controlado para aumentar las chances de una estabilización perdurable, con la de un tipo de cambio real elevado que permita el desarrollo de actividades más complejas?».
Porque es precisamente de ellas que se espera el aporte de los dólares adicionales que neutralicen el impacto negativo que la estabilización tiene sobre el sector externo vía aumento de absorción doméstica y atraso cambiario.
«No es necesario inventar nada, con desempolvar viejas ideas basta. Los esquemas de tipos de cambio múltiples tienen un prontuario que los condena».
Al respecto, recuerda que históricamente los esquemas de tipos de cambio múltiples se utilizaron como política proteccionista, anti-exportadora e inconvenientemente discrecional.
Menciona que Marcelo Diamand, un crítico de los modelos macroeconómicos convencionales, advirtió a principios de los años 70 sus efectos distorsivos, aunque lejos de repudiarlos, abogó por la racionalización en su uso.
Sobre ello, para Kozak Grassini, la crónica inestabilidad de Argentina se terminará cuando los sectores no tradicionales aporten divisas, para lo cual, el Tipo de Cambio Nominal debe permitir la competencia internacional de sectores que se encuentran rezagados.
Opina que la adopción de un único TCN, cuyo valor se fija próximo al necesario para que el sector más competitivo pueda funcionar, deja al resto de las actividades fuera del comercio mundial.
«Siendo el TCN el que permite la competencia entre países tan heterogéneos desde el punto de vista de la productividad, la opción por un único TCN en un país como Argentina, con estructura productiva (sectorial y territorialmente) desequilibrada, hace que las exportaciones sean un negocio abrumadoramente (80%) pampeano y primario».
Alternativa posibile
Pero cómo se puede revertir esta pintura, se pregunta el especialista de la UNNE.
Destaca que es posible hacerlo implementando un mecanismo similar al “dólar soja” pero no con el objetivo “defensivo” de robustecer la posición de Reservas Netas otorgándose a exportadores tradicionales, sino con un sentido “estratégico” que apunte a recompensar la acumulación de capacidades productivas en actividades y regiones capaces de potenciar la estructura exportadora al tiempo de homogeneizar el mapa productivo del país.
«Sin la diversificación exportadora, la historia es conocida. Nivel de exportaciones estancadas, base estrecha para sostener el nivel de actividad, crecimiento restringido por déficits de divisas. A lo que se añade, la presión sobre los dólares de un programa de estabilización» remarca.
En ese contexto, manifiesta que «no podemos encomendar una estabilización duradera a los buenos precios internacionales, las buenas cosechas (menos en contexto de cambio climático) y/o a la disponibilidad de financiamiento externo. Menos aún, pretender que el viento de cola nos conduzca al buen puerto del desarrollo. La buena fortuna existe, pero hay que ayudarla».
Para concluir, reafirma que, “así como no hay gallina sin huevo, ni huevo sin gallina”, lo mismo ocurre entre la estabilidad y el desarrollo: «no hay chances de desarrollo sin estabilidad, tampoco puede sostenerse la estabilidad sin desarrollo».