El Impenetrable chaqueño y el Iberá en Corrientes fueron escenarios perfectos en los que siete artistas visuales, de distintos puntos del país observaron, se nutrieron e inspiraron en pos de creaciones que movilicen una toma de conciencia sobre el ambiente. “Reflexiones sobre el paisaje” se llamó la innovadora propuesta que se desarrolló en el marco del tradicional Premio UNNE a las Artes Visuales, del Centro Cultural Universitario de la Universidad Nacional del Nordeste, y que contó con el acompañamiento del ministerio de Turismo de Corrientes, el Instituto de Cultura de Corrientes, el Instituto de Turismo de Chaco y la Fundación Rewilding Argentina.
En un contexto como el que atravesó la región en materia ambiental, de sequía extrema e incendios a copiosas lluvias que irrumpieron sobre el paisaje, se vuelve necesario reflexionar desde todas las aristas de la sociedad sobre la realidad en la que estamos inmersos. Para entender y comprender el entorno que habitamos, es necesario conocerlo, escucharlo y aprender de él. El arte, en sus distintas expresiones y manifestaciones, supo ser un llamado a la acción y a la sensibilización sobre estos temas.
En este marco, desde el Centro Cultural Universitario se planteó una innovadora y disruptiva forma de vincular lo artístico con el ambiente: a través de la mirada, la reflexión y la introspección desde el escenario mismo. La fusión del arte con la ciencia y la naturaleza viva fue el propósito de este encuentro de artistas visuales interpelados por el monte y el estero, por el paisaje y la historia enraizada de cada lugar.
Tomar conciencia y reflexionar sobre y desde el lugar que habitamos es una forma de buscar respuestas a las preguntas que surgen en torno al mismo. Es difícil cuidar lo desconocido, si no existe un vínculo de pertenencia, empático y emocional, que funcione como lazo de valor y relevancia. Así, esta propuesta buscó ser un nexo para hablar sobre temas importantes y urgentes; como una forma de hacerse preguntas comprometidas e invitar a trabajar en respuestas que estén a la altura de soluciones desde todos los puntos de vista en que el arte pueda ayudar.
El inicio de la travesía
El 2 de mayo comenzó el viaje. Con su equipaje cargado de expectativas llegaron Virginia Buitrón de Quilmes, Ileana Dell Unti de Formosa, Osvaldo Marcón de Resistencia, Alejandro Fangi de Chajarí y Lorenzo González, de Oberá. El equipo que iba a vivir esta aventura tuvo su primer encuentro.
Claudia del Río de Rosario y Marcela Cabutti de La Plata, que oficiaron de jurados, acompañaron la travesía que consistió en recorrer distintos paisajes visuales, sonoros y sensoriales del Chaco y de Corrientes. Fueron tres días en El Impenetrable, unos días de diálogos y conversatorios en la capital correntina, y finalmente cinco días en Concepción del Yaguareté Corá para visitar los Esteros del Iberá.
Primera parada: las fibras más sensibles del monte chaqueño
Noches frescas, mañanas húmedas y nubladas. Las y los artistas fueron recibidos por un escenario de bosque y río, de quietud y sonoridad salvaje. Amanecía sin sol hasta que “esa danza del vapor subiendo” terminaba por aclarar y despejar el cielo, cuenta Lorenzo, el artista más joven del grupo.
Viajaron primero a la ciudad de Miraflores, para dirigirse luego al Parque Nacional El Impenetrable, donde se adentraron en una realidad de gran contraste con la urbe en que viven.
A través del registro fotográfico, audiovisual, de dibujos, trabajo de campo y conceptual, fluyó un intercambio enriquecedor entre lo artístico y el ambiente. “Me encontré con algo difícil de narrar en palabras: aromas, colores, cantidad de verdes y rojos, sabores locales. Me encontré con un espacio saturado de imágenes”, explicaba Claudia Del Río.
El diálogo con guardaparques y especialistas que trabajan en el Parque fue constante. También el silencio y la conversación con el entorno: senderismo en el verde espeso, paseos en kayak por el Bermejo y el acompañamiento sonoro de la fauna autóctona.
El paisaje contaba con características memorables. A Ileana Dell Unti, por ejemplo, aquel “color rojizo del río, con sus movimientos particulares entre remolinos y correntadas” le recordó su infancia. Virginia Buitron, en tanto, rememoró “los sonidos de las aves y el vapor de la mañana”.
Conversar con pobladores originarios, artesanas y artesanos del Gran Chaco que trabajan con elementos naturales como forma de vida, por tradición y raíz, fue tocar las fibras sensibles del monte. Fue empaparse de lo nativo e histórico para entender qué cuidar, cómo y por qué hacerlo.
El interludio: una pausa visual entre lugares citadinos
De lo profundo del monte chaqueño a espacios dedicados a la difusión de la historia y la cultura de la región. El grupo de artistas visitó luego el Fogón de los Arrieros y la Casa de las Culturas, en Resistencia, y el Museo de Artesanías y Casa Iberá en Corrientes. Allí se empaparon de contexto e información coyuntural sobre los lugares visitados y por conocer.
También participaron del conversatorio en el Centro Cultural Siete Corrientes, donde tuvo lugar una charla con balcón hacia el río, junto a investigadores y científicos de la Universidad Nacional del Nordeste.
Compartir la mirada desde la ciencia y el arte era el propósito. “Científicos y científicas dialogaron sobre la visión y perspectiva que adoptan a la hora de encarar sus proyectos de investigación sobre el paisaje y la naturaleza”, comentó Gabriela Bissaro, moderadora del encuentro.
El intercambio y la mixtura entre ciencia y expresión artística y creativa fue innovador e inspirador para continuar el viaje. “Me llevo muchísimo material para seguir trabajando y acrecentar la relación a través de la cultura con nuestro paisaje y con la ciencia. Espero que esto nutra distintos campos del saber”, expresó Osvaldo Marcon, artista chaqueño.
Próximo destino: La magia de los Esteros.
Segunda parada: el corazón del Iberá
Los entornos naturales de Corrientes y Chaco no parecen tan distantes ni distintos, pero esta instancia del encuentro representó una nueva arista de biodiversidad, arraigo y paisaje. El contraste cultural y natural fue clave para nutrir la experiencia de conexión total con el agua y el verde.
Del fuego a la lluvia sin escalas. El viaje, mate mediante, transcurrió entre esquinas bloqueadas por el barro, sonidos de aserraderos activos y mugidos de vacas. La escena había cambiado en los últimos meses y el verde rebrotó en extensas hectáreas del camino; sin embargo, todavía quedaban rastros de aquellos días en que Corrientes ardió.
En poco tiempo, Concepción del Yaguareté Corá había reivindicado su resiliencia. El año había iniciado entre el humo de los incendios, un desastre ecológico sin precedentes, y los temores propios de los pobladores que se sostenían a través de la fe y la confianza en la sabiduría de la naturaleza.
El itinerario generó un entramado de visitas y diálogos con lugareños y la naturaleza misma. Hubo recorridas turísticas y culturales por museos para conocer tradiciones, vida campestre e historia; pero también hubo instantes de pausa obligada en ecosistemas ambientados con el sonido de los pájaros y la ternura de los carpinchos que se dejaban ver a lo largo de la ruta.
En medio de la estadía, el destino – durante unas horas – fue el Parque Nacional Mburucuyá. Los kilómetros caminados entre la vegetación narraron parte del trabajo del matrimonio Pedersen, una pareja de dinamarqueses que investigaron a la par y descubrieron la riqueza botánica de Corrientes. Su estancia de inmensos ventanales, sus construcciones sin grandes lujos, e incluso algunos de sus muebles, se conservan casi intactos en el acceso al parque. Una ínfima parte de la inmensidad natural escondida entre palmares y senderos tupidos.
Tras días de mucho intercambio y análisis, llegó el momento cúlmine del encuentro: sentir y pensar desde el contacto con los esteros, el escenario del corazón correntino.
Lagunas mansas y espejadas protagonizan no solo uno de los atractivos correntinos más imponentes, sino también uno de los ecosistemas de conservación y biodiversidad más importantes y ricos del mundo.
Fue una siesta en el Portal Carambola, almorzando en un refugio al que se llegaba recorriendo a pie, un tramo en que el agua llegaba a las rodillas. Un momento de íntima conexión con la riqueza del humedal de aguas brillantes y con su gente, como broche de oro de esta experiencia sensorial y movilizante.
Vivir esto implicó sentarse, casi obligadamente, a desenfundar todos los sentidos y dejarlos a disposición de la escena. A observar cada imagen. A fotografiar con los ojos infinitas veces, para después cerrarlos y registrar el sonido del ambiente. A inspirar profundamente ese aire espeso y puro, transparente y oxigenante. A tocar el agua, recorrerla. A sentarse en el pasto húmedo, degustar texturas, y sentirse parte del todo.
El tramo final: de la experiencia inspiradora a la expresión creativa
La rutina de la ciudad quedaba lejana cada vez que el gallo cantaba al amanecer. Pero a la cotidianeidad de sus lugares se dirigía ahora este grupo humano. Con ojos colmados de naturaleza, las mentes repletas de ideas y preguntas, y un compromiso más afianzado con el ambiente y sus comunidades.
“Me llevo el conocer a los colegas con los que compartí esta experiencia, conocer un territorio diferente pero que a la vez tiene muchas cosas en común con la región donde vivo”, expresó Alejandro Fangi.
Del encuentro “surgieron reflexiones espontáneas y percepciones en torno a la relación de los seres vivos humanos y no humanos, y su vínculo con los recursos vitales como el agua, la luz, entre otros”, cuenta Fernanda Toccalino, directora del CCU y coordinadora de este Encuentro.
“Me voy pensando la experiencia con todas las contradicciones que implican: de algún modo uno es externo y sin embargo hay momentos en los que uno se siente parte”, concluyó Marcela Cabutti, una de las artistas invitadas que también fue jurado.
De esta forma finalizó esta particular iniciativa, que promovió la reflexión de artistas, para transcribir el paisaje en expresiones sensibles y visuales, para, luego, hacer confluir el trabajo creativo en un libro con correlato virtual, publicado desde Eudene, que registre esta experiencia sensorial y territorial.