La causa Malvinas no caduca. Cada 2 de abril se recuerda esa guerra que sucedió hace 40 años, y se homenajea a cada ex combatiente que arriesgó o dejó su vida en las Islas. Desde la Universidad Nacional del Nordeste, se eligió este año destacar algunas de las historias de soldados que también pasaron por las aulas de la Universidad. Aquí, en el mes de Malvinas, otra historia de vida para seguir reflexionando y asegurando que las Malvinas son argentinas!
Hoy preside la Asociación de Veteranos de Guerra «2 de Abril» y es director del «Museo Malvinas Chaco», este hombre que a los 19 años fue soldado en la guerra de Malvinas, después estudiante, docente y logró recibirse de Ingeniero en Construcciones en la UNNE. El camino no fue fácil, pero la misma determinación con la que fue al sur a “defender la Patria”, tuvo para culminar sus estudios universitarios.
“Empecé la facultad pero al principio me costaba agarrar el ritmo, no sé si influyó un poco lo de Malvinas, o porque había dejado hacía ya dos años la escuela secundaria y la base se perdió”, recuerda Martín sus inicios en la Facultad de Ingeniería de la UNNE. “Es una carrera bastante pesada si se quiere, pero traté de estudiar lo que podía y de trabajar, y así la peleé”, también comenta “se puede decir que rendí el ingreso a fines de 1983, pero recién ingresé al año siguiente”.
Es que cuando terminó la escuela secundaria en su Villa Ángela natal, Martín tuvo que hacer el Servicio Militar “porque había una ley que te obligaba a hacerlo cuando cumplías 18 años”, recuerda y el tono de su voz no alcanza a esconder su descontento con la medida. Por el número de sorteo le tocó Infantería Marina. “Me convocaron acá en el Regimiento de la Liguria (Resistencia), de ahí me llevaron a Buenos Aires, a un lugar que en ese momento se llamaba CIFIM (Centro de Instrucción y Formación del Infante de Marina), de ahí me enviaron más al sur, a la base naval de Puerto Belgrano, al Batallón de Infantería Marina N° 2 Escuela «Panteras Negras”, rememora.
“A mi me incorporan el 1 de abril de 1981, y el 1 de abril del 82, cuando se produce lo de Malvinas, hacía doce meses que estaba haciendo la colimba y tenía que estar 2 meses más todavía, porque en la Infantería de Marina se hacía 14 meses”, recuerda la “suerte” o el destino, que lo llevó a la guerra. Lo que no supo hasta un par de días antes del desembarco argentino en las Islas.
“El 28 de marzo de 1982 nos dijeron que teníamos que salir al Sur. Pero recién habíamos vuelto de una campaña hacía 4 días, entonces nos pareció raro. Siempre pasaba un mes más o menos, o dos, y después teníamos otra campaña”, recuerda cómo vivió los inicios del conflicto, del que fue protagonista, porque integró el batallón que abrió la avanzada argentina en las Islas.
“Nos hicieron preparar todo el equipo, una revisión muy puntillosa de todo, botas, medias, ropas que no estén rotas. Impresionante como se cargaron los buques con proyectiles, municiones, víveres; y salimos al sur”, continuó el relato.
Los soldados sospechaban y entonces “preguntábamos qué estaba ocurriendo, ¿porque ese gran movimiento?. No era una campaña más, era algo raro”, asegura. La presunción de que algo pasaba se acrecentó al ver luego que en los sollados de los barcos, unos dormitorios en los niveles inferiores donde se dormía habitualmente, “estaban repletos». “Esa vez tuvimos que dormir en los pasillos y otros durmieron en la cubierta, afuera, porque el buque que tenía capacidad para unas 450 personas más o menos, íbamos como 870. Casi el doble”, cuenta Martín. Algunos, incluso, durmieron en los pasillos, en bolsas de dormir.
“Navegamos el 28 de marzo, 29 y nadie sabía a dónde íbamos. Sólo un pequeño grupo de los altos mandos sabía a dónde nos dirigíamos”, asegura.
A Malvinas, el 1 de abril
Cuatro buques argentinos avanzaban hacia el sur del país con la misión de recuperar las Islas Malvinas de la ocupación británica. El buque de Desembarco de Tropas ARA.”Cabo San Antonio” que llevaba al BIM N° 2, el núcleo de la fuerza de desembarco; el Destructor ARA. “Santísima Trinidad” que llevaba los comandos anfibios; el Rompehielos ARA “Almirante Irizar”, con helicópteros y tropas que iban a desembarcar; y el submarino ARA “Santa Fé“ que llevaba los buzos tácticos, que luego hunden los ingleses en Las Georgias; conformaban el frente argentino para el desembarco que estaba previsto para el 1 de abril de 1982.
“Quizás muchos no lo saben, pero el 1 de abril era la fecha para el desembarco”, asegura Martín quien además de ser protagonista de esa parte de la historia, investigó y estudió aún más después, para escribir su libro “Malvinas su contexto histórico 1520 1982”.
Pero el 30 de marzo los azotó una tormenta que postergó el desembarco para el 2 de abril. “Es que al desatarse esa tormenta en altamar, hizo que se desprendieran tambores de combustible que iban a ser utilizados por los gomones, en los que iban a desembarcar los comandos anfibios (también en kayak); entonces eso retrasó la operación”, explica.
También hubo helicópteros “que se destrincaron, o sea se soltaron de las trincas como se llaman las ataduras que tienen en las cubiertas, y se rompieron las aspas, entonces había que reprogramar: la gente que iba a bajar en helicópteros ya tenía que desembarcar de otra manera. Entonces se postergó la operación del primero al 2 de abril”, agrega este dato histórico quizás poco conocido.
“Íbamos a recuperar lo que era y es nuestro”, remarca este soldado, pero aclara que aún a dos días de pisar suelo isleño, “no sabíamos nada. Seguíamos embarcados”.
Con la incertidumbre y el temor lógico pasaron esa tormenta que tuvo olas de más de 7 metros de altura.
Recién el 1 de abril, “a las 18.30 nos enteramos que íbamos a recuperar Malvinas”, recuerda Martín con la precisión de esas vivencias que nunca se olvidan. Se enteraron tras una misa, cuando “por los altavoces habló el comandante Buzzer -a cargo de la operación anfibia-, nos dió una arenga, y nos avisó que nosotros de alguna manera tenemos que recuperar Malvinas”, cuenta.
La orden también decía “que no teníamos que producir bajas al enemigo, que teníamos que ser gentiles con el enemigo y con la población, porque era población argentina”.
“Ahí recién tomamos un poco de conciencia y supimos a dónde íbamos”, dice Bacs y asegura que esa noche “ya no dormimos”. Cenaron, se acostaron, “pero no pegamos un ojo”.
La consigna era: “recuperamos Malvinas, entregamos a un pequeño grupo del ejército y volvemos. Para hacer un llamado de atención a la ONU y a los otros países, de que eso es nuestro, que estamos reclamando hace casi 150 años que justo se cumplían, y negociar con la ONU y con los ingleses”, recuerda algo que finalmente “no ocurrió”.
El 2 de abril de 1982 se produjo finalmente el desembarco. “A las 6.30 tocamos playa”, vuelve a recordar con exactitud el momento en que todo cambió en su vida. Según explicó, la idea o el plan militar era sofocar a los ingleses ese día en la ciudad; “para que pongan la menor resistencia posible, para no producir bajas. Porque si no, no se podía negociar ni con los ingleses ni con la ONU como tenían planificado”.
“Había que exponer la vida si era necesario, pero no matar ingleses ni civiles en la ciudad”, recuerda la orden de sus superiores.
La misión era “hacer el desembarco del grueso de la tropa, de los 22 vehículos anfibios, desembarcar y demostrarles que estaban rodeados y que se entreguen”.
La ayuda de EEUU a Gran Bretaña
El secreto de la operación militar argentina funcionó en el país, pero no con el “enemigo”. Un día antes del desembarco, “ellos (los ingleses) se enteraron por Estados Unidos, por los satélites norteamericanos, de que las flotas argentinas se dirigían a Malvinas”, cuenta Martin.
Alertado el gobierno británico alcanzó entonces a poner resistencia: “obstaculizaron la pista de aterrizaje con tractores, máquinas viales, etc., previendo que los aviones argentinos podían aterrizar ahí. En las playas también habían puesto alambres de púa, empalizadas, las obstaculizaron para que no se pueda desembarcar”, relata este ex combatiente y las imágenes parecen sucederse delante de nuestros ojos.
Los soldados argentinos avanzaron igual. “Hicimos 5 o 6 kilómetros y antes de entrar a la ciudad, empezamos a recibir fuego enemigo de ametralladoras, lanzacohetes y un cañón”, recuerda.
“Una vez que abrían las compuertas de los vehículos era salir y ver de donde te tiraban”, asegura. Los proyectiles “picaban cerca”, mientras veían donde se refugiaban. Y también “de donde te tiraban, para poder responder el fuego al enemigo”.
Cual película, dichos sucesos duraron “muy pocos minutos, no sé cuántos. Tal vez cuarenta minutos o más”, dice Martín esta vez sin tanta precisión horaria. “Pero fue una situación que no voy a olvidar nunca”, asegura, sobre esos minutos que lo vivieron como una eternidad.
Como saldo de ese primer enfrentamiento resultan heridos dos compañeros de Bacs. “Hieren en la mano al IM. Horacio Tello perteneciente a mi Compañía, del BIM. N°2.; y el VAO 07 (Vehículo Anfibio Oruga) recibe 97 impactos que perforaron la primera coraza del blindado», cuenta aún con tristeza, y hasta enojo.
Martín continúa el relato en detalle. Recuerda luego la “balacera total” que se produce en la casa del gobernador, donde se habían replegado las tropas inglesas. Es que allí murió el Capitán de Fragata I.M. Pedro Edgardo Giachino, quien comandaba en ese entonces una patrulla de Comandos Anfibios y Buzos Tácticos. Un hecho trágico que quedó como dato histórico. Y también “son heridos por ráfaga de ametralladora el Teniente IM. García Quiroga, y el enfermero de IM. Cabo Primero Ernesto Urbina”, agrega más información que quizás no esté en los libros de historia.
“Nosotros pasamos por la casa del gobernador, y nos ordenaron continuar, recorrer toda una península que hay enfrente de Puerto Argentino, llamada Camber, en busca de los ingleses que se iban replegando, disparando hacia los cerros”, prosigue el relato.
Desinteligencias y el rechazo social
Las tropas argentinas estaban en plena acción en el archipiélago cuando recibieron la orden de regresar al continente. “Era mover tropas que iban y venían. Y después nos enteramos que cuando nos sacan a nosotros, habían ordenado que nos quedemos nomás en las islas, pero fue tarde porque ya nos habían movido”, agrega Martín sobre decisiones que entiende fueron erradas.
“Tal es así que después mueven tropas con poco tiempo de adiestramiento, por así decirlo, como era la clase 63 de Corrientes, y nosotros que ya teníamos un año, estábamos más “adaptados” entre comillas al clima y todo eso, nos sacaron de ahí”, comenta. “Fue una desinteligencia total, otro de los tantos terrores de la Junta Militar”, opina.
“Nuestra historia es corta pero la pasamos mal”, asegura quien hasta debió soportar temperaturas bajo cero a la intemperie en Tierra del Fuego.
Pero mientras estos jóvenes vivían los inicios de una guerra, en el continente la sociedad argentina se manifestaba en las plazas del país en contra del gobierno militar. “En Buenos Aires, en Plaza de Mayo, hubo una revuelta de toda la gente que estaba disconforme con el gobierno militar, por las represiones y todo lo que conocemos, el caos social, los desaparecidos”, relata y agrega que mientras ese levantamiento popular sucedía, “al mismo tiempo nosotros viajábamos camino a recuperar Malvinas”.
“Mientras vivíamos una cosa en altamar, en el país sucedía otra, no tenían ni idea de que estábamos por desembarcar en el archipiélago”, cuenta este escritor.
Los y las argentinas no sabían del avance nacional sobre las islas, “porque supuestamente esto se hacía en forma secreta, y no querían que se filtre esa información para que los ingleses no envíen submarinos o algo por el estilo, que perjudique la operación”, dice. Pero la ayuda que Estados Unidos brindó a Gran Bretaña echó por tierra esa estrategia.
El retorno, también a la Universidad
El 14 de junio fue la rendición argentina en Malvinas. “Pero nosotros seguíamos en el sur”, cuenta Martín quien recién tuvo la firma de su baja el 7 de julio y regresó a Resistencia, en tren, tres días después.
Una vez en el Chaco, este joven deseó y decidió retomar su vida. Seguir una carrera universitaria estaba en sus planes antes de que le tocara ir a Malvinas, y así lo hizo. Cuando llegó, en la UNNE estaban en receso académico de invierno, pero “me enteré que a los ex combatientes les daban la posibilidad de continuar una carrera”, recuerda. Esa ayuda consistía en apoyarlos en el ingreso, contemplando la particular situación de tantos jóvenes.
Martín rindió y logró ingresar a la carrera de Ingeniería en Construcciones, pero “no cursé, no aprobé ninguna materia ese año (1983), sólo hice el ingreso”, aclara. Al año siguiente “sí traté de empezar otra vez la facultad, pero mi familia atravesaba una situación económica no muy buena y no me podía dar el lujo de estudiar solamente, así que comencé a buscar trabajo”, agrega.
Allí Martin se topa con uno de los tantos obstáculos que vivió después, como tantos, por ser un ex combatiente de Malvinas. “No podía conseguir trabajo; en realidad porque te tildaban como loquito de la guerra”, asegura con tristeza.
Aún con un título secundario y de dactilografía, que en esa época eran suficientes para conseguir empleo, Martín y muchos ex combatientes, no tuvieron esa suerte. “No podías entrar, llevabas tu currículum (CV) y después ibas a averiguar y escuchabas por ahí, que no te toman porque sos ex combatiente”, agrega con dolor.
Igual continuó buscando, y también estudiando. Y a finales del 85, comenzó a trabajar como auxiliar docente en una escuela secundaria. Eso “me cambió un poco el tema económico, porque ya no tenía que andar a las corridas, ayudando a mi papá con la albañilería”, asegura.
Así, cada día Martín debía cumplir con su trabajo y con la facultad. En Ingeniería tenía clases de 14 a 20 horas -a veces también a la mañana y los sábados-, “las primeras horas eran teoría y desde las 18 ya eran clases prácticas”, las que se perdía porque “a las 17.30 horas tenía que volar de la facultad, agarraba mi bicicleta y me iba”, recuerda su rutina para llegar a la ENS. N°56 de horario vespertino que estaba ubicada detrás de la Sociedad Rural del Chaco, en el barrio Provincias Unidas, de Resistencia.
Empezaba por ejemplo con compañeros que al año siguiente ya seguían otras materias, “y yo todavía estaba en la anterior, porque las que son correlativas no podía hacerlas”, cuenta Martín, consciente de que “se me dificultó y alargó la carrera un montón”.
Pero “lo único que tenía era constancia, de querer terminar la facultad”, asegura. “Y así fue que la pilotee podemos decir así, por varios años”, hasta que 10 años después le cambian al turno mañana en la escuela “y ahí si pude completar la carrera”, dice con el orgullo de la meta cumplida.
A 40 años de haber vivido una guerra y a unas tres décadas de haber estudiado en la UNNE, Martín Bacs asegura que el haber seguido una carrera universitaria sirvió “y mucho”, en su proceso de recuperación y reinserción social después de Malvinas. Por ello, y para finalizar la entrevista, este hombre, ex combatiente e Ingeniero en Construcciones, que hoy también dirige el «Museo Malvinas Chaco», pide transmitir “mi mayor agradecimiento a la Facultad que fue la que me formó, a todo el plantel de profesores, junto a su equipo”.