JUAN EDUARDO CEREZO, EX COMBATIENTE Y EGRESADO DE LA UNNE
“Una meta era volver con vida, otra finalizar la carrera de Medicina. Luchar por ambas me dió resultado”

 

“Soy ex combatiente y médico egresado de la Facultad de Medicina de la UNNE”, se presenta Juan Eduardo Cerezo cuando se enciende el grabador para la entrevista que desde la Universidad Nacional del Nordeste se realizó en homenaje a quienes combatieron en la guerra de Malvinas hace 40 años, y también pasaron por sus aulas. 

Con la voz serena comienza a relatar su historia. “Terminé los estudios secundarios en Villa Ángela, y fui (a Corrientes) para iniciar la carrera de Medicina, pero en el primer año me sorprendió el sorteo de mi clase para el cumplimiento del Servicio Militar, obligatorio en ese momento”, cuenta y comienzan a brotar los recuerdos de aquel joven que cumplió 25 años en las Islas. 

Como tantos, al principio Eduardo tuvo esperanzas de salvarse “por número bajo”. El mecanismo para ingresar al Servicio Militar Obligatorio en ese momento era por sorteo de Lotería Nacional, donde de acuerdo a los últimos tres números de la Libreta Cívica o del Documento Nacional de Identidad, se aplicaba una cifra de lotería para establecer si el joven tenía que hacer o no la conscripción. El sorteo se transmitía por Radio Nacional y generaba en los jóvenes y sus familias una significativa expectativa. “Mucha fue mi sorpresa cuando me tocó el 917, que era Marina por el número alto”, cuenta. 

Resolvió entonces solicitar la prórroga por estudios y se la otorgaron. Pero avanzados los mismos y siguiendo algunos consejos, decidió suspender esa prórroga y cumplir con el Servicio Militar. “Y justamente me toca el conflicto con Malvinas”, cuenta y en sus ojos aparecen destellos de esas vivencias.

Del guardapolvo blanco de estudiante de Medicina pasó entonces a calzar botas. 

Le tocó integrar el batallón de Infantería Marina N° 2 y el 28 de marzo de 1892 embarcó junto a tantos otros, hacia la guerra.

Pero ellos no lo sabían. Iban «con rumbo desconocido porque no sabíamos cuál era la misión que teníamos», asegura. El 1 de abril se les informa cuál era la misión. «Ahí nos desayunábamos que era la recuperación de las Islas Malvinas», recuerda.

«Hasta ese momento, si bien uno sabía de una situación de conflicto con Gran Bretaña, nunca se imaginó que nuestras islas estaban bajo el total dominio de la corona británica», dice.

El 2 de abril «se toman las islas. Un júbilo, una alegría en ese momento», afirma y hasta casi sonríe. Pero la historia sigue.

La realidad de una guerra llegó pronto, cuando supo que, por sus conocimientos de medicina iba a colaborar en la sección sanidad. Pero «iba a ser un combatiente más, hasta que cayera el primer herido», le informaron antes sus superiores.

Tal es así que teñía la cruz roja en el caso pero la borró, «porque era un blanco perfecto para el enemigo». «El primero que iba a caer iba a ser yo, si tenía esa cruz roja pintada en el casco. Me delataba», explica hoy, 40 años después. 

Con el correr de los días tuvo que comenzar a aplicar los conocimientos que había adquirido en la facultad. Que era casi todo lo que se aprende en la carrera de Medicina, porque cuando le tocó ir a defender la Patria, «ya me faltaba el internado rotatorio nomás», recuerda.

En el archipiélago, donde había quedado la sección del batallón en el que estaba, hacía las veces de enfermero. «No médico, porque había médicos de carrera ahí de Infantería Marina, que estaban a cargo de la sección sanidad», aclara.

En ese contexto, “fue fundamental lo que la facultad me brindó”, asegura y no sólo habla de los conocimientos. También de los vínculos que se establecen, “relaciones que perduran en el tiempo y nos acompañan toda la vida”. 

“Hasta hoy se mantienen las amistades que en ese momento nacieron en una pensión a lo mejor”, dice con cierta nostalgia. 

Un cumpleaños en la guerra

Eduardo era uno de los soldados quizás más grandes. La mayoría tenía entre 17 y 19 años, él embarcó con 24 y en Malvinas recibió su cumpleaños número 25.

Jamás imaginó que alguna vez pasaría un cumpleaños en una guerra. Y de hecho no festejó. «El contexto no era el indicado y los ánimos no estaban para festejo», dice.

Además, recién empezaban a conocerse con los otros 32 compañeros que quedaron en esa sección del batallón, con quienes luego forjaría una amistad. “Así que prácticamente pasé ese día sabiendo solamente yo, que era mi cumpleaños”, agrega sobre ese 6 de abril de 1982.

El regreso y el título 

Finalizado el conflicto, Eduardo regresa a su Villa Ángela natal. Pero las cosas no eran iguales. Ni la realidad económica del país, y en lo particular de su familia “tal vez por el conflicto, o por otras razones, la situación se tornó difícil para continuar los estudios y tuve que empezar a trabajar ahí en Corrientes», cuenta. 

Cuidando de no herir los sentimientos de su madre y su padre que tanto esfuerzo habían hecho para pagarle sus estudios universitarios, este joven comenzó a trabajar en la parte de sanidad de una empresa correntina que hacía plataformas petroleras para el exterior.

A la par retomó los estudios. En eso estaba cuando lo sorprende una carta de la Embajada Argentina “por la cual me ofrecían, por medio de la empresa Unican, una beca”, cuenta.

La empresa, ubicada en ese entonces en la localidad chaqueña de Puerto Tirol, era una fábrica taninera. Y la beca que le ofrecían era apenas menor que lo que cobraba en su trabajo. Asegurarse un ingreso económico similar, con la “condición de que tenía que renunciar a ese trabajo para dedicarme a pleno a los estudios”, era conveniente. 

Y “ese fue el puntapié que, de parte del gobierno, he recibido para culminar los estudios”, recuerda el beneficio que, quizás a modo de agradecimiento, le brindó el Gobierno Nacional por haber combatido en la guerra de Malvinas. 

Pero el camino no iba a ser igual a sus días de estudio antes de la guerra. Después de Malvinas, “fue un cambio total”, afirma. Cuenta que “hay un periodo de readaptación”, en el que “los ruidos, los zumbidos, te movilizan”. 

Con Gustavo Moreno y Francisco Vera, en el batallón de Infantería Marina N 2 - Escuela Base Batería, año 1981, a la salida de un franco.
Con Gustavo Moreno y Francisco Vera, en el batallón de Infantería Marina N 2 – Escuela Base Batería, año 1981, a la salida de un franco.

“Uno está más sensible, y eso fue lo que más me costó”, recuerda con cierto pesar, aunque resalta que tuvo “la contención necesaria, que uno busca”. 

“Uno necesita que lo escuchen a veces, y eso lo encontré. Y pude superar esa etapa de transición como le llamo, para nuevamente retomar mi vida”, asegura. 

Así, con el impulso económico del gobierno, el apoyo familiar, de amigos y del entorno en la Facultad, “pude terminar bien los estudios e inmediatamente comencé a trabajar”, agrega con orgullo de haber podido terminar su carrera universitaria y recibir el título de médico de la Universidad Nacional del Nordeste.

Tras varios años de haberse desempeñado en Salud Pública, “vuelvo a tener contacto con la UNNE nuevamente, a través de un curso de posgrado de médico forense”, cuenta sonriente.

“Y es de lo que hoy por hoy estoy trabajando”, agrega Eduardo, quien ya jubilado en Salud Pública (por la ley provincial, que habilitaba a ex combatientes con 25 años de servicio, a adherirse al beneficio), hoy presta servicio como Médico Forense, en el Servicio Penitenciario del Chaco.

La guerra y la meta de volver con vida

“Una situación traumática como una guerra, quiérase o no te cambia”, asegura este médico y ex combatiente.

“Si bien a lo mejor tener unos 4 o 5 años más que el resto de los compañeros que participaron del conflicto, te da ventajas, a veces te juega en contra. Porque el ser humano tiene una gran capacidad para adaptarse a situaciones límites, y a veces con determinada edad se puede lograr con mayor éxito”, agrega quien en 1982 era “grande” a la vista de tantos jovencitos que buscaban y encontraban en él un apoyo,  “por la función y también quizás por la edad”.

Con Martín Bacs, su primo, en el  buque Ara Cabo San Antonio, en una de las campañas realizadas al sur previas al conflicto.
Con Martín Bacs, su primo, en el buque Ara Cabo San Antonio, en una de las campañas realizadas al sur previas al conflicto.

“La formación y los conocimientos que adquirí -en la facultad- fueron sumamente valiosos”, remarca. Pero aclara que “al revés también”. 

“La situación, la vivencia, también te fortalece interiormente. Te ayuda a afrontar situaciones críticas o difíciles que la vida te va poniendo, ya sea en los estudios, lo laboral, lo sentimental, lo familiar, las pérdidas. Te ves fortalecido anímica y espiritualmente, a pesar de lo malo de la vivencia que representó el conflicto”, explica este médico forense cuya profesión quizás también lo enfrentó luego a situaciones difíciles.

Pero hay algo que Eduardo quiere dejar en claro. Y también como mensaje; y hasta consejo, para quienes quieran tomarlo. Que “lo principal es fijarse metas. Fijarse una meta y poner empeño y dedicación -para lograrla-”, dice.

“Eso es lo que en esas dos situaciones, una deseada, buscada o elegida como fue la carrera de Medicina, y la otra, el conflicto Malvinas, me ayudó”, asegura. Salvando las grandes distancias, en ambas vivencias apeló a la misma estrategia: fijarse una meta. Una “era volver con vida”, y así fue. “No se pudo dar la otra, triunfar, pero volver era una de las metas”, agrega.

La otra era finalizar la carrera de Medicina “y en ambas me dieron resultado luchar por esas metas”, concluye emocionado.