Desde el 5 de junio de 2018, en un edificio típico del realismo socialista sobre la calle Brukselska 9 en pleno centro de Varsovia, la Embajada Argentina en Polonia tiene como máxima autoridad a una correntina.
De igual forma a como lo hizo en Tailandia y Perú, sus anteriores destinos, la embajadora se presentaba ante los argentinos residentes en Polonia con el siguiente mensaje que llegó al correo de cada uno de ellos. “Soy Ana María Ramírez. Nací en la provincia de Corrientes. En mi provincia natal cursé mis estudios primarios y secundarios en la Escuela Normal de la ciudad de Corrientes. Soy abogada egresada de la Universidad Nacional del Nordeste e ingresé al Instituto del Servicio Exterior de la Nación mediante concurso. Actualmente, tengo 40 años de carrera diplomática, y he prestado servicios en la Cancillería de nuestro país, como también, en representaciones diplomáticas argentinas en diferentes países. Desde ya cuento con su colaboración en esta tarea, enviándoles un saludo fraterno a cada uno de ustedes y sus familias”.
Dando los primeros pasos en su nuevo destino, Ramírez tiene por delante superar una barrera que para el rol que desempeña es clave: el idioma. A pesar de manejar el inglés y el francés de manera fluida, junto al alemán y el italiano en menor medida, el polaco se le presenta como un desafío inmediato. “Haré el esfuerzo de conocer estructuras lingüísticas básicas del idioma, que estoy segura no servirán para conocer ni siquiera una realidad superficial de la sociedad ante la que estoy representando al país”.
Con respecto al rol que desempeña, la embajadora es clara: “la Argentina y los Gobiernos desde 1983 a esta parte, tienen objetivos permanentes en política interna como externa. Algunos de ellos son consolidar la democracia, la integración internacional y regional, la defensa de los Derechos Humanos, Malvinas, entre otros. Lo que sí se plantea en los distintos mandatos presidenciales son las diferentes estrategias para conseguir esos objetivos”.
La embajadora reconoció que al asumir el rol diplomático “uno puede marearse bastante”.
Indudablemente que con disímiles áreas por atender, el diplomático debe forjarse una formación especial. En ese sentido Ramírez sostuvo que la Universidad le brindó una “visión universalista y me permitió acercarme a través del derecho a otras culturas, además de ver al Estado por medio de la legislación”.
Para la Embajadora, estos conceptos la marcaron: “cuando llego a un país, me interiorizo en cómo se legisla y cómo se regula la relación entre los ciudadanos y el Estado”.
“El mundo está reglado por convenciones, acuerdos bilaterales y protocolos, se imaginará la gran ayuda que significa tener una formación en leyes”, señaló.
En ese punto tuvo palabras de reconocimiento para sus docentes en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y Políticas de la UNNE, a los doctores Francisco Blasco y Fernández de Moreda; Fernando Día Ulloque; José Rubén Yunes y Carlos Vargas Gómez, entre otros.
Sin embargo, la formación no es el único requisito que un diplomático debe reunir. Para Ana María Ramírez hay un aspecto que debe ser evaluado detenidamente: el desarraigo. “La pregunta es ¿estoy dispuesto a vivir sin los afectos y amigos, teniéndolos lejos?. En las familias, sólo uno eligió ser diplomático, el resto no. ¿Están dispuestos a no participar de los sucesos importantes de la cotidianeidad familiar?”.
La embajadora reconoció que al asumir el rol diplomático “uno puede marearse bastante”. El principal remedio para que esto no suceda “es conocerse mucho, saber de donde viene y quien es”. “Como diplomáticos accedemos a determinados ámbitos y somos tratados con deferencia, pero eso se debe a que desempañamos un rol y no por otra cosa, no dejamos de ser empleados públicos que dependemos del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Nación”.
Siendo su primera experiencia diplomática en un país de Europa, manifestó no estar en condiciones de marcar diferencias o similitudes de la función en relación a una nación de América. “Vengo de un país como Perú, muy particular por el afecto que hay entre ambos países. Fue una experiencia enriquecedora en la que me sentí muy cómoda. Con el pueblo peruano tenemos los mismos códigos y hasta podemos entendernos con simples gestos”.
La embajadora Ramírez comienza ahora a desarrollar de a poco su actividad en Varsovia. Repetirá como en sus destinos anteriores mostrar la tradición y cultura de las provincias argentinas, aunque como es de suponer, Corrientes tiene cierto privilegio.
“En mi despacho de la Embajada en Lima, me acompañaba la bandera de la provincia que la Municipalidad de Corrientes me regaló. Cuando reciba todo mi equipaje que está en pleno traslado, la volveré a lucir junto al pabellón nacional”.
También lo gastronómico sirve como un lazo con su tierra. “Descubrí que la cocinera de la Embajada en Lima sabía hacer chipá. En oportunidad de realizar un coktail, se sirvió chipá con una gran aceptación general. Fue entonces cuando uno de los invitados preguntó ¿desde cuándo se hacen chipá en Lima?, a lo que elegantemente respondí: desde que la embajadora es correntina, tras lo cual y como segundo plato se sirvió una exquisita sopa paraguaya”.
Reconoció no haber prestado cuidado que su presentación oficial ante la colectividad argentina en Polonia, manifestaba una marcada pertenencia al indicar expresamente que era correntina. “No estoy faltando a la verdad, lo que soy se lo debo a mi familia y a la educación que recibí en mi provincia. Lo que aprendí en la escuela, en mi hogar y en la UNNE, me fue más que suficiente para ingresar a la Cancillería”.